Desde la fortaleza de tus miedos
yo saltaré al abismo,
con la seguridad de lo inefable,
con la certeza de la vida.
Es más ligero viajar en el aire,
que caminar en la arena de tu fortaleza.
Debo saltar, pues el corazón me grita:
¡Eres libre, no un pájaro enjaulado!
Desde la torre más alta de tu castillo,
solo se ve la arena fría y áspera.
El miedo debe ser así, frio y áspero,
como una playa en pleno invierno.
Estoy preso de tus miedos,
encerrado en tus pesadillas,
envuelto en tu velo maldito,
proscrito en tus letras.
Pero la fortaleza de tus miedos
no solo me tiene prisionero,
tú eres su mayor trofeo.
La ficción de tu castillo te mantiene
embelesada en un ensueño,
que solo terminará cuando salte
a este mar-abismo.
Porque si a algo le temo
no es a tu castillo de naipes,
sino a la decadencia que incita
las luz del alba de tus mañanas,
la perpetua reincidencia en el equívoco,
y la prolijidad con que velas tu alma
en esta fortaleza maldita.
En este trance habrás perdido todo,
y solo te quedará la falsa certeza,
del castillo que se desmenuzó,
frente al espejismo de la sal y la espuma.
El castillo de tus miedos
se asienta al filo del abismo,
y no hace sino hundirse
en la sordera que produce
lo inevitable.