Hablar de la situación política en Cuba resulta uno de los temas más recurrentes y desfasados del mundo. Un lugar común espinoso y sin salida. Es un tema aburrido y por mucho. Y no es que el tema no sea interesante, solo que con él no llegas a ningún lado, es como quedarte en la isla con el agua por todas partes, o como jugar a las sillas y tenerlas todas ocupadas.
Mucho más interesante, y mucho más edificante resulta hablar de la música cubana, una de las más ricas y complejas manifestaciones del ingenio cubano, llena de ritmos, llena de historias, llena de un sonido que lleva el alma a flor de piel...
El mambo y el chachacha

La nueva (vieja) trova, etc.,
por solo enumerar unas pocas.
O hablar del cine cubano, que si bien no tuvo los recursos para desarrollarse a una magnitud mayor, es por demás un cine rico en significados, en fotografías, en guiónes.
Y mucho más interesante resulta hablar de la literatura cubana, una de las literaturas más amplias y completas de América Latina, y que ha recibido poca atención por parte de los lectores y la crítica literaria.
Solo por enumerar algunas facetas fascinantes de la literatura cubana vale decir que sin la isla Hemingway sería solo un triste borrachín inglés en busca de aventuras luego de que se le acabaron las anéctodas europeas.
Así como sin la isla y su poeta preferido, los almuerzos nunca llegarían a ser tan lezamianos como los que preparaba ese maestro de lo exquisito.
Ni
las excusas para todo tendrían un sentido si no fuera por una geografía
rodeada de agua y de un café exquisito para sentarse toda la tarde y no
hacer nada como Virgilio.
Y tampoco habría el mar de palabras sucias y oscuros rincones en los que se mueve acechando Pedro Juan. etc.
En fin, la política es lo de menos, o al menos, creo que resulta menos interesante que su cultura, y eso puede decir mucho.









