31 de agosto de 2012

La cremallera no cierra el abismo en el que he caído



Con porfía descubro
la soledad de los muertos
que en esta vida reptan
noche tras noche
en los calabozos del rey maligno.

Los esclavos de las noches bohemias
se juntan para darse calor,
por medio de mejunjes que
solo activan las neuronas de las bacterias,
y alguno que otro obsecado pensamiento.

De las bocas de los falsos profetas,
solo emergen gusanos,
y baba que gotea por todo el piso,
hasta convertirse en una masa pestilente
que anuncia que el recital ha terminado.

Es la hora de los brindis,
y de las celebraciones energumenezcas,
pues entre sonoros aplausos,
emerge un enano babeante,
tartamudo y bastante ebrio,
que con efluvios y vahos
producto de la cocaína,
cree que el mundo supura
al igual que su verborrea. 

Encuentro más poesía en el fondo de un vater,
donde alguien ha dejado como recuerdo
un cierre de la cremallera que
permanece entre el agua y la orina,
y no se va cuando jalo la cadena.