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| Ilustración de "La vuelta al día en 80 mundos" de J.C. |
Sangre de mi sangre,
Carne de mi carne.
Son la descendencia indeseada
del padre que los anida.
Los oigo lloriquear,
están hambrientos.
Los siento moverse,
han despertado.
Mis pequeños tienen instinto asesino,
son crueles por naturaleza,
y tienen dientes afilados,
y uñas afiladas,
y un vientre prominente.
Todo su ser fue creado
para la destrucción de su padre.
Ellos son el inicio y el fin
del sinsentido.
Porque aun cuando les di la vida,
y los alojé dentro de
mi ser,
ahora quieren terminar conmigo.
Es un intento suicida,
pues si muero,
ellos mueren conmigo.
No voy a dejar que salgan,
no les abriré las puertas del cielo,
ni las del mundo desconocido.
Mis pequeños son como albinos,
no pueden ver la luz del día,
y sin embargo no son albinos.
Mis pequeños se alimentan de sangre,
y sin embargo tampoco
son vampiros,
pues también les fue negado
deambular en medio de la noche.
Son indefensos polluelos en medio de su nido,
pues al primer contacto con lo de fuera
mueren indefensos mis chiquillos.
Por eso no entiendo su necesidad de destruirlo todo.
Me cuesta trabajo entender su anarquismo,
pues la época de las bombas y los atentados,
hace tiempo que acabó para su padre.
Tal vez sea una forma de venganza.
Tal vez sea una forma de poesía.
Mis chiquillos claman ante la injusticia
de no poder salir de su guarida.
Y yo no puedo verlos sufrir de esa manera.
Solo me queda una salida.
¡Lo siento mis chiquillos!
A partir de ahora seré igual de asesino.
Hijos míos tengo que envenenaros,
y no es por odio, ni por venganza,
tal vez es por poesía:
pues con ese mismo veneno,
yo también me asesino.
De manera sistemática,
¡suave y lentamente!,
iré muriendo junto a vosotros,
hijos míos.
