16 de junio de 2011

Vanidades

Si es posible, leer con el siguiente fondo musical...





Sus  pies le estorbaban tanto para volar, que un día se los quitó de un tajo.

Fue un golpe certero y con plena conciencia de sus alcances, de sus fines últimos y primarios: volver a volar. Y es que tanto lo ataban sus pies al suelo, a la tierra húmeda y la arena, a las pequeñas rocas que habían calado en su planta dejando su impronta devastadora, que su conciencia lo obligaba a volver a volar.
Lo que detestaba del suelo era su comodidad, la miserable certeza de lo estable, la continuidad de los pasos a lo largo del sendero, las huellas que se notan con el paso del tiempo. Para él –era como estar envejeciendo–. Esa tranquila comodidad del suelo, era como estarse muriendo en vida, como si a cada paso el tiempo-suelo le quitara un segundo de vida. Por eso decidió terminar con toda esa vida e irse volando a tiempos remotos.
De manera que para volar necesitaría de alas y no pies, que  –eran como anclas–, y pesaban tanto para decidirse, para actuar, como él decía. Decidió que necesitaba quitarse de su lastre cuanto antes. 
La mejor forma de hacerlo era con una sierra, pero se dio cuenta que él mismo no resistiría, pues su cuerpo –era débil y sin valor–, así que en su intentona decidió que tenía que contar con un socio. Un operario de su plan, un asistente que pueda llevarlo a lo más alto, a la cima en que emprendería el viaje a tiempos remotos. Encontró en un viejo enfermero retirado y demente a la persona ideal. En el enfermero confiaría todo el éxito de su plan.
Ya en las horas previas a la realización, cubrió todos los detalles de la operación para que todo salga según lo planeado: cuando se corten sus extremidades inferiores que lo ataban a lo mundano, se encontraría libre y podría huir volando hacia su destino. Sintió estar preparado, y en ese instante le invadió un sueño profundo. Luego solo recordó a una figura que se acercó y nada más. 
Su asistente inició la operación, sin equivocar detalle alguno, ya que –de ello dependería el éxito o fracaso de su intento–, y sin embargo de estar sedado, al sentir la sierra lanzó un grito seco que se ahogó entre las multitudes de gritos que escuchaba a menudo en su mundo terrenal, por lo que terminó por soportar el dolor a pesar de que desfallecía por la hemorragia.

Al siguiente día sus padres lo encontraron en una clínica, con sendas amputaciones de ambos pies, y con una extraordinaria explicación de lo ocurrido: “apenas un día antes había desaparecido de su pequeña camita”, y “al encontrarlo el senil enfermero se lo llevó a su casa, en la que desquiciado totalmente realizó la amputación al niño”.

Parece inverosímil que un niño de 2 años planeara como regresar a tiempos remotos –en que volaba–, ciertamente en brazos de sus padres. Más la verosimilitud no es un concepto que la mente de un niño tenga en cuenta.
En la cama del hospital, el pequeño se siente contento, pero siente que ha perdido la guerra, sabe que esa batalla ganada es efímera: ahora lo esperan un par de ruedas que lo atan al suelo.



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