Casi como siempre, escribo de noche, al parecer es la noche la que me ilumina. Ahora quiero compartir un pequeño cuento de hace unos años, de hace más de dos años exactamente. Lo escribí en una noche lluviosa en un pueblito olvidado. Fue como un recuerdo que vino de otra vida a mi mente, y se posó sereno, en medio de la lluvia, y como el trapiche, lenta pero inexorablemente fue masticando la caña, exprimiendo su jugo hasta quedar solo un bagazo, la materia seca e inerte que había sido atravesada por el cuento.
Martha te escribo desde acá, desde Nanegal, si te acuerdas o es que ¿ya se perdió de tu memoria este pueblo recóndito? Acuérdate que es donde la soledad cae como lluvia -a cántaros y sin descanso-, donde los lunes se anteceden a los martes, a los miércoles, a los domingos, a las mañanas y a los medios días. Al parecer el lunes es eterno y la lluvia viene cogida de su mano. Te escribo desde la casa que construimos, donde dejamos nuestra juventud, junto al campo sembrado de pastizales verdes y cañaverales altos, donde los olores de la panela y el trapiche se juntan con los aromas agrios de los sudorosos jornaleros; acá donde los caminos no son polvorientos sino más bien lodosos, caminos olvidados por el Señor y por los hombres, y en donde los perros hambrientos ladran a la espera de una buena presa. Estos caminos que parece que recorren el vientre de una serpiente que repta por las cimas de las cuchillas; donde al parecer los Yumbos poblaron las cimas con tolas, con plataformas y con vasijas, que se van escondiendo de la vista de los perversos saqueadores y los ambiciosos hombres negociantes de los artefactos de los antiguos.
Te escribo para contarte mis penas y sufrimientos, te escribo del aburrimiento que ni la caja de imágenes y sonidos que me enviaste ha podido aliviar: te cuento que cuando la tele recién llegó al pueblo, fue todo un acontecimiento, una novedad y una novelería; lo malo es que no había ni hay canales para ver, así que, al principio la gente se quedaba contemplando el ensordecedor ruido de la estática hasta que se cansaban y se iban cada uno para sus casas; ahora los vecinos ya no vienen por acá, se quedan en sus casas contemplando el ensordecedor ruido de la lluvia en los techos de zinc, y en las ventanas con cortinas apolilladas y los marcos de aluminio desvencijados.
Martha esta desolación que voy sintiendo, es aguda y profunda, más profunda e insondable que el espacio que dejó la tele cuando la tiré por la ventana y se despedazó en pequeños trozos de plástico y cristal, en circuitos que salieron volando por los aires y ahora son parte del recuerdo de esa infausta noche, en que al fin, apareció una imagen y no era la tuya. Te pido perdón porque sé que cuando me la enviaste era un regalo de buena voluntad; sin embargo, más pudo la locura en mí, al ver que las imágenes que aparecían eran las de la civilización que dejamos atrás para volvernos al campo, a lo que siempre quisimos, o al menos imaginábamos que queríamos, porque uno se hace ideas y se imagina cosas, se hace ilusiones de la vida perfecta y de los sueños anhelados que son posibles lejos de las calles y edificios negruscos, de la vida mundana y de la maldad citadina; más esos sueños no son mas y no pude contenerme y arrojé la tele por la ventana, por la envidia.
Es como si la vida se hubiera ido, o mejor, me hubiera dejado plantado en estas tierras inhóspitas para los primeros colonos, miserables para los jornaleros de antaño, ricas para los patrones de las otrora grandes haciendas; y desoladas para mi pobre alma que se queja del abandono que hoy se presenta ante mi puerta.
Desde que te fuiste no hago más que quejarme, no hago otra cosa que sentir tu ausencia, o mejor dicho ausentar tu no presencia, porque la verdad sea dicha, cuando estabas aquí tampoco soportaba el vacío de tu ser, la levedad con que te mecías en la hamaca del porche que construimos, solamente con el propósito de sentarnos a envejecer, y que ahora solo me sirve para maldecir el día en que vinimos a esta tierra desencantada. Es que tú no eras tú en esta tierra, estabas pero a la vez no estabas, era como si la sombra de mi amada se meciera en la hamaca, mientras la verdadera Martha se encontraba en otro horizonte lejano, en otra galaxia coronada por lujosos envoltorios nebulosos.
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