Ya falta poco mis amigos, ya se acerca mi locura: viene en locomotora ágil, viene cantando por todo el camino a ninguna parte, viene desenfrenada, tal vez se estrelle al llegar, será con la lucidez de lo vacío; no importa, tiene seguro contra accidentes y airbag contra cráneos destrozados.
Cuando me halle completamente loco, vendrá la cordura, vendrá la oscuridad de la verdad, vendrá la lucidez de la mentira. Cuando estalle mi locura, se abrirán las manos que antes estaban cerradas, verán los ojos que antes estaban abiertos. Cuando me haga uno con la locura, seré uno y tres, y dos, y cero.
Cuando venga mi locura, será tarde, tarde para aullar como lobo a la luna, tarde para andar desnudo en medio de la plaza, tarde para las conversaciones de té y galletas, sin té y sin galletas, y sin conversación de tarde; tarde será para todo, para nada.
Cuando mi locura sea mía y solo mía, la abrazaré con todo mí ser, con mi piel de escarcha, con mi boca de escape, con mis pies de barro, con mis manos de plástico, incluso con mi corazón de hielo seco, la abrazaré, y no la soltaré jamás.
Mi locura espera agazapada hasta que llegue el momento de lanzarse al acecho, de saltarme encima y devorarme, como ballena blanca a bote de marinero; estoy solo, en un mar de incomprensiones, de sin sentidos, disperso y desubicado, bailando al vaivén de la marea, y esperando como Jonás su destino.
Esperen, alguien toca la puerta y las mil ventanas de mi casa. Creo que se acerca, oigo sus pasos sordos en la noche triste; siento su aliento bohemio, puedo ver su cuerpo a través de la ventana; se parece a la Parca, que algún día vendrá a llevarme cuando mi locura quiera y lo desee; ahora solo me desea a mí y no dejará a otra dama dar un paso adelante.
La locura quiere ser mi amante y compañera, lástima que tenga los pies fríos y las manos de Midas, todo lo que toca lo convierte en oro, inalcanzable para los cuerdos, inapelable para los abogados, inacabable para los albañiles e indios astutos, insondable para los marineros y aeronautas; mas yo, ligero como Ulises, voy a su encuentro.
Encandilado por su brillo subo a las alturas y desde lo más alto, presiento como me lanzo en el clavado de la muerte: la suerte no es caer en el vaso de agua, sino que el agua se transforme en tormenta, en remolino gigante que atrapa todo a su paso.
Con permiso,
debo
saltar
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario