Dentro del Teatro Simugh el arte es arte no por su propuesta estética, o no solamente por eso, sino por su capacidad de conmover, su nivel de interrogación, de interpelar al sujeto, es la posibilidad de atravesar al ser humano, tanto al espectador como al artista.
Es en la capacidad del arte de provocar al ser humano que el arte viene a reemplazar al mito en el presente, y es en esta acción en la que se sitúa el Teatro Simurgh. Su compromiso para con la tradición de todos los pueblos lo plantea como una propuesta más que coherente, es una revelación para muchos de los que asistimos a ver las obras El Camino al Manantial, Cantores, y el resto de monólogos como Madamme Aisatta y Del agua y del fuego.
El ver y renovar la capacidad del ritual de repetirse de nuevo, de volver a suceder, es lo más importante en la dramaturgia del grupo. El ritual y el mito vuelven a ser lo que eran para los pueblos antiguos: una suerte de creación-recreación del mundo, de su mundo, de nuestro mundo.
La cosmología que presenta Teatro Simurgh va desde la creación del mundo, pasando por el descubrimiento del agua o el Manantial que da vida; la historia de la sexualidad a través de mitos africanos; la referencia a elementos físicos como el agua y el fuego, y que en realidad representan principios o símbolos del universo; hasta el uso de canciones de varias culturas para contarnos un viaje, una comunión de todos los hombres dentro de esta Tierra.
El teatro tiene esa posibilidad, la de crear, o re-crear el mundo, nuestro universo, mediante una estética y una dramaturgia, pero sobre todo mediante la repetición del mito, mediante las palabras que separan la luz de las tinieblas, mediante una poyesis que se vuelve ritual, para volver al origen o génesis de la vida.
Es verdad que cuando en Del agua y del fuego, el viejo Ezequiel le replica a su joven discípulo, porqué repite solo palabras, solo palabras que no significan nada, tiene razón, pero en parte, y así mismo es como responde el muchacho: las palabras son solo palabras para el que no ha sido iniciado, para el necio que solo oye palabras, y no las conoce, no las entiende, porque el iniciado – quien tiene oídos para escuchar –, el que de verdad conoce el significado de esas palabras sabe que tienen sustancia, un numen, y que al ser pronunciadas – la segunda vez –, están re-creando el mundo, su mundo. Eso mismo nos lo muestra Mircea Eliade en “El Puente”:
“Les he dado la clave: piensen en la historia de las religiones, en lo que podría llamar el secreto de la primera repetición, en el misterio de esta expresión: la segunda vez, expresión que en apariencia, un uso excesivo y, por tanto, una profanación del lenguaje ha trivializado, pero que no por ello ha dejado de conservar, bien ocultos, algunos fragmentos de una revelación primordial. La segunda vez, es decir, nacido por segunda vez, es decir, re-nace, que ha resucitado de entre los muertos; en pocas palabras: nacido al mundo del espíritu. La segunda botella de vino es cualitativamente tan diferente de la primera como de la tercera o de la décima. Poco importa cuántas botellas se vacían cada noche en la calle de las Sacerdotisas”.
Es en la repetición del mito, en la transmisión de éste que se funda la sociedad, tanto las sociedades antiguas como nuestra sociedad. Y sin embargo, la modernidad y diversas circunstancias han hecho que olvidemos lo verdaderamente importante, tanto en la vida como en el arte. Hemos olvidado nuestro propósito, hemos olvidado el propósito del arte, y recordar, re-crear, es la labor que el Teatro Simugh se ha propuesto. Porque, y vuelvo a Eliade en El Puente:
“Se han extraviado todos, me dijo Emmanuel. Lo han olvidado. Algunos rendidos, han arraigado. ¿Te acuerdas de la regla del molino? Si al entrar en el molino, ves una silla vacía, pregúntate quién la ha puesto ahí y pasa de largo. Si ves a alguien descansando en la silla, pregunta…Yo lo escuchaba y notaba que me ardían las mejillas; no me acordaba. Casi nadie se acuerda al final de su juventud, me dijo. Pero la segunda parte la interpretan otros. Algunos se olvidan de ello durante un tiempo y, de pronto, recuerdan la segunda parte y vuelven a interpretarla. Pero claro los que han estado en ello desde el principio y están ahora interpretando la tercera parte han ido más allá. Se pasa de un jardín a otro, de un bosque a otro; pero, mientras no se salga del molino, el juego es el mismo, se coincide sin parar con otras parejas, con otros grupos y, si uno se detiene demasiado u olvida una de las reglas del juego, se extravía…”
Y es lo que nos pasó a las sociedades modernas, nos olvidamos de las reglas y seguimos en el molino, dando vueltas, seguimos en el laberinto extraviados, buscando la salida, aún cuando la salida no es lo importante, sino el camino, y las preguntas que nos hacemos, aún cuando la salida existe, aún cuando nos encontremos entre una montaña de rocas que nos aprisionan existe la salida, solo que no se encuentra en el mismo plano, sino en otro, en un plano más allá.
Eliade plantea igualmente en ese texto, que no podemos quedarnos en la segunda parte, en la repetición, que si bien nos ayuda a recrear el mundo, a fundar o centrar la sociedad, hay que seguir más adelante, hay que ir más allá…
Sin embargo, la idea y la praxis del Teatro Simurgh es ya un inicio, es re-conocer lo que habíamos olvidado, es fundar nuevamente la sociedad, basada en la tradición, en el mito, en la creación primera, en lo que las culturas ancestrales utilizaron para centrar sus sociedades.
No se trata de una vuelta al pasado, al anquilosamiento, o a mantenernos estáticos en normas y reglas que no permiten el movimiento.
No se trata de un conservadurismo social, no se trata de un tradicionalismo; todo lo contrario, se trata de una revolución, una revolución que va más allá de lo político, se trata de una revolución de la mentalidad, de una superación de la modernidad que no ha traído más que olvido, más que ceguera; se trata de re-crear la vida, de re-nacer ante la naturaleza, de volver a ser reflejo de la divinidad.











las fotos son de la obra El Camino al Manantial.
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